Fernando,
Nueve años después sentiste que tenías principios que defender. Tras nueve años, sentiste -usando tus palabras en El Universo– que como Pilatos te estabas lavando las manos y debías dar testimonio de tus valores “aunque fuese violando la disciplina partidaria”. Y lo hiciste.
Volviste, no se sabe si en forma definitiva, a tu conciencia. Volviste a recordar que es imposible para un espíritu libre vivir de espaldas a lo que cree, piensa, dice o escribe. Los espíritus libres aprendieron, con Nietzsche, que la conciencia es la esfera de las intermediaciones. Tú ahora reivindicas tus convicciones. Y lo haces para violar el código aborregado que el correísmo creó para ignorar que la democracia, incluso la que debe darse en un movimiento político, no puede amordazar esa red de relaciones, de convicciones, de valores que une a cada ser humano con los otros. Eso es la conciencia.
Hay que saludar, Fernando, que tras nueve años, vuelvas a considerar que la dialéctica, que enriquece y justifica cualquier democracia, no tolera imperativos autoritarios. Eso se sabe desde Sócrates quien cultivaba, tú no lo ignoras, una actitud irreverente ante las opiniones dominantes.Y es eso lo que tú y tus amigos de Alianza País han ignorado desde hace nueve años. Han pretendido reducir hasta “la estupidez del estereotipo gregario”, como escribió Niezsche, la esfera pública, la conciencia de cada uno de los ciudadanos.